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miércoles, 17 de octubre de 2012

CEMENTERIO FARAONICO...


Cuentan que durante siglos los sacerdotes egipcios recorrieron el país en busca del toro Apis. Antes de convertirse en la manifestación terrenal de Osiris, el animal debía aprobar una rigurosa prueba de selección y cumplir con cierto canon de pelo, color o fecha de nacimiento.
El elegido, fetiche de tiempos prósperos y buenas cosechas, tenía garantizada una vida a cuerpo de rey y la muerte más sagrada.
El semental, considerado una estatua viviente de dios, disfrutaba de corral propio en el recinto del templo y consumía sus días entre ofrendas y oráculos. Adorado desde la I dinastía, el toro sagrado de Menfis –representado con un disco de sol entre sus cuernos- era una especie de cordón umbilical entre lo mortal y lo divino que fascinaba e irritaba a los invasores. Incluso su muerte resultaba tan dulce como su existencia: era embalsamado y enterrado en un Serapeum bajo las dunas de la meseta de Saqara, a unos 25 kilómetros de El Cairo.
Enclavado al noroeste de la pirámide escalonada de Zoser, este particular cementerio de bovinos había envejecido mal. Fue usado desde la dinastía XVIII (1552–1305 a. C.) hasta el periodo ptolemaico (305–30 a. C.).
Pero permanecía cerrado al público desde 1986 y habían surgido voces que alertaban de su posible colapso.
Tras seis años de restauración, ha reabierto sus puertas. "Este es un lugar único en el Antiguo Egipto. La pequeña y la gran galería son suntuosas desde el punto de vista histórico y arquitectónico", ha declarado el ministro de Antigüedades Mohamed Ibrahim a varios de comunicación, entre ellos,
Hierro y acero para salvar las catacumbas
El interior de las catacumbas es aún un territorio de misterio. Un entramado de pasadizos horadados en la roca y salpicados de cámaras laterales con sarcófagos de granito de hasta 80 toneladas. Los ataúdes alojaron, antes de su expolio, los restos momificados de los toros.
El primer túnel fue construido por el hijo de Ramsés II y la dinastía ptolemaica excavó el segundo.
El páramo, sin embargo, continúa huérfano de uno de sus mayores tesoros: las teselas que adornaban los muros y que se encuentran repartidas por varios museos del mundo. Lo que hoy se reduce a huecos en la piedra aportó una valiosa información sobre el tiempo de vida de los bovinos y la fecha de su sepelio.
Los datos han proporcionado además los nombres de los visitantes o han servido para ajustar la cronología de determinados periodos faraónicos.
La estrella de Apis logró sobrevivir a los faraones. Los griegos lo unieron a sus divinidades Zeus y Hades, lo rebautizaron como Serapis y levantaron en su honor el Serapeum de Alejandría, destruido luego por el patriarca cristiano Teófilo.
El tiempo amenazaba con arruinar a su hermano de Saqara. Y, entonces, el bálsamo recetado por un comité de expertos fue colocar estructuras de hierro y acero para apuntalas las zonas más débiles.
Un descubrimiento cinematográfico
El esqueleto artificial, que incluye un nuevo sistema de ventilación, ha curado las heridas que un terremoto abrió en 1992 en las bóvedas y las paredes. Y ha resucitado una joya de la necrópolis de Saqara que fue descubierta en 1851 por arqueólogo francés Auguste Mariette.
Como le gustaba decir al defenestrado ministro Zahi Hawas, "la historia de su descubrimiento es tan emocionante como cualquier película de Hollywood".
Y es que Mariette, que había sido enviado por el Louvre a El Cairo en busca de unos manuscritos coptos, dio con su paradero al percatarse de una esfinge que despuntaba en la arena y recordar la narración de Estrabón.
El griego detalló en el siglo I a.C. que un camino de esfinges conducía a la entrada del serapeum. Casi en secreto, el galo comenzó unas excavaciones que acabarían abriendo la puerta a este singular universo.
Durante cuatro campañas, Mariette guió a un equipo de arqueólogos por los corredores subterráneos hasta rescatar del olvido las tumbas de los toros Apis. Una revelación probablemente inconclusa, pues algunos expertos barruntan que las dunas mantienen todavía a buen recaudo una parte de los enterramientos.
La rehabilitación del serapeum no es una aventura aislada. 
También se han reparado las mastabas de dos nobles pertenecientes a la quinta y sexta dinastías: la del administrador de la ciudad Petahotep y la majestuosa de Mereruka, visir del rey Teti, su esposa y su hijo.
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